viernes, 21 de noviembre de 2014

Los Desalmados Cuatro.

El Aceite. 

Caliente,
caliente,
caliente.
Como aceite hirviendo.

Primero me dijo "métemela" antes de decirme "te quiero".
Fue un día caliente en plaza publica, el contacto fue vía internet, nos vimos, fuimos a comer y platicamos de trivialidades -Nos podemos quedar en casa de unos amigos- dije. La respuesta fue si. El venia de lejos, un pueblo a la orilla de la ciudad donde el placer del fin de semana se resume en subirse a la "troca" y dar el "rol".

Ese día se la metí y al parecer se enamoro y no lo voy a negar; yo también.

Una semana después nos hicimos novios, yo me le declare, mi falsa moral me carcomía de pensar que me estaba cogiendo a un hombre con el que no tenía una relación formal.

Casi 2 años duró este montaje. Nos veíamos cada fin de semana porque como dije antes, él vivía lejos y cada que nos veíamos cogíamos 4 veces el sábado y 3 el domingo (para reponer el tiempo perdido en la semana). En la regadera, en la cama, en cama de mis papás, en la sala de su casa, su patio, su cocina, en mi estudio, en casa de mis amigos, en mi azotea, en todos lados donde nos quedábamos solos cogíamos.

Me encantaba ponerlo en 4 y es que en esa posición sus nalgas formaban un maravilloso corazón que chocaba contra mi pelvis produciendo sonidos que parecían latidos y sus gemidos, porque vaya que gemía, y sus "te quiero" quedito que hacían una agradable melodía mientras mis testículos rebotaban contra sus nalgas haciéndole armonía a todo lo que decía. Después se la sacaba y se la metía por la boca, y el se la comía, se la comía completa y parecía que con cada chupada quería sacarme no sólo el semen, si no el alma, y cuando me venía a chorros, al parecer lograba lo que quería, pequeños hilitos de mi alma salían por mi uretra junto a montones de caliente y espeso semen que terminaba chocando contra las paredes de su garganta y que él terminaba por saborear como si fuera fruta en almíbar.
-Sabes delicioso- me decía y después me daba un beso que a mi me resultaba asqueroso pero que a él lo ponía más caliente, como aceite hirviendo.

Un día me lo dijo, se atrevió, me lo pidió y yo acepte, de repente era yo el que estaba boca abajo y el encima de mi -Hazlo con cuidado- le dije -Es mi primera vez por ahí-.
Y tuvo cuidado, y me la metió, suave, suave y duro y suave y duro y me volvió a voltear y esta vez mis piernas estaban en sus hombros y el me miraba con esos ojos cafés, con los ojos cafés más lindos que me han mirado y yo lo tenía adentro, por primera vez en mi vida tenia un pedazo de carne de alguien más dentro de mi, por primera vez sentía lo que habían sentido otros tantos anteriormente, por primera vez era yo el invadido y no el invasor. Y me gustó y me volví loco y gemía yo también y su falo venoso entre mis nalgas se abría espacio cada vez más cómodamente, como un conquistador que llega a tierra ajena y clava su bandera -Te amo- le dije.

La pendejada más grande que puede cometer un hombre es decir "Te amo" primero.

Después de eso nos turnábamos, 3 de las 7 veces él me la metía a mi.

Un día, decidió cambiar la leche del joven berrendo que se transformaba en un alfa de manada, por una leche más añeja y vieja de toro sin chiste y cresta caída. 

Y el berrendo le rogó, se le hinco, se humillo, le entrego su cresta joven, nueva y hermosa, la puso a sus pies y agacho la cabeza, pero el toro viejo tenia más tierras, más pasto y más lujo. 

Yo, el berrendo, el humillado, el triste, el tonto, el iluso, el engañado, el descornado, el cone. Me fui. 

Nunca había llorado tanto.

Ese día en el piso, pisoteada y mojada se quedo una parte de mi alma y al mismo tiempo yo me traje arrastrando la de él. 

No hay comentarios: